Y esta dicotomía hace traducción
también en el álbum del viajero y/o turista. El viajero, al disfrutar tanto de
lo impresionante como de lo cotidiano, no pierde esa capacidad de asombro tan
propia en los niños y, por ello, su cámara no deja de hacer “click”, y
fotografía lo significante y lo insignificante, lo planeado y lo no planeado.
De este punto nace la voluntad estética, las ganas de trasmitir algo cuando
fotografiamos un puesto de golosinas o una bandada de palomas sobre el
Tibidabo.
El turista, por el contrario, se
limita, como he hemos analizado antes, a centrar el monumento simbólico con el
personaje fotografiado como punto minúsculo, porque ese es el objetivo, el “yo
estuve ahí”.
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